MENEM VIVE

Por Sebastián Sayago

En 1989, comenzó lo que se podría denominar (con cierta exageración) “Era Menemista” y todavía no finalizó. Los gobiernos que sucedieron al expresidente riojano han sido y son más o menos menemistas, aunque no lo reconozcan e incluso renieguen públicamente de la década de los ‘90.

“Te ganamos 2020”, tuiteó Zulemita hace unos días, celebrando que su padre había sobrevivido al fin de año. Y, si casi siempre prolongar la vida es un buen motivo para festejar, finalmente Carlos Saúl Menem morirá. Como todos nosotros, más tarde o más temprano. Y habrá que ver cuál es impacto que causa su fallecimiento, ya que es un personaje rechazado en gran parte de la sociedad argentina, desde los últimos años de su presidencia hasta la actualidad. Sin embargo, su huella y su influencia son enormes y todavía no han sido apreciadas en toda su dimensión.

Menem es el presidente más decisivo de los últimos 30 años de la historia del país.

El Estado postmenemista

El “semillero menemista” aportó cuadros políticos a los gobiernos que lo sucedieron.

Entre otras cosas, llevó adelante una reestructuración del Estado que, en lo esencial, todavía está vigente. Privatizó muchísimas empresas estatales, incluso las que eran estratégicas para el desarrollo del país. Mediante la reforma de la Constitución, en 1994, provincializó la explotación de los recursos naturales, favoreciendo la acción de mafias regionales y corrupción a baja escala. Fragmentó el sistema educativo nacional, transfiriendo la responsabilidad de la gestión a las provincias, lo que terminó resultando en una pérdida de la calidad educativa y la pauperización del trabajo docente. Combinó clichés neoliberales y populistas para hablar de la realidad política. Reclutó y promovió a figuras que se han reciclado en el kirchnerismo: Felipe Solá, Daniel Scioli, José Luis Gioja, Daniel Filmus, Aníbal Fernández, Martín Redrado, entre muchos otros. De hecho, hasta el propio Néstor Kirchner, en 1995, se postuló a la reelección como gobernador de Santa Cruz estampando su nombre en la lista encabezada por Menem.

Es cierto que el kirchnerismo ha cambiado varios ejes del modelo menemista; principalmente, en la política exterior, la política de derechos humanos y la asistencia social. Incluso revindica un rol mucho más activo del Estado en los procesos sociales y económicos. Pero no ha revertido lo más importante de la reestructuración menemista: el desguace del Estado nacional en parcelas provinciales y el modelo de saqueo de recursos naturales. Hay aquí una continuidad no declarada y bastante incómoda.

La privatización de YPF fue apoyada con entusiasmo por Néstor Kirchner y Cristina Fernández, quienes luego realizaron una cuasi reestatización de la empresa al aumentar la participación estatal dentro de su conjunto accionario. También reestatizaron Aerolíneas Argentinas y las AFJP.

Menem aprobó una Ley de Minería que fija un tope de 3% de regalías, además de otorgar otros beneficios a las empresas. El kirchnerismo no solo mantuvo este marco regulatorio, sino que lo aprovechó para seguir impulsando la megaminería en todo el territorio nacional, pese al rechazo de gran parte de la ciudadanía.

Las coincidencias entre el menemismo y el macrismo son más evidentes aún, sobre todo en la concepción del Estado. Cambiemos postuló un neoliberalismo depurado (de peronismo). Su política de ajuste y de reducción de las funciones estatales fueron moderadas en comparación a los hachazos dados durante el gobierno de Menem. Claro que ya no hay tanto para destruir. La tarea mayor ya fue realizada en los ‘90.

Se podría decir que, después de Menem, todos los gobiernos se esforzaron para demostrar continuidades y rupturas, semejanzas y diferencias con su modelo, sin llegar a cambiarlo en esencia. Menem ha ganado y no solo porque llega vivo al 2021. Su triunfo continuará hasta que el pueblo cambie de una vez la historia y realice transformaciones de fondo.

El caso de Chubut

Desde 1991 hasta 1999, el gobernador fue el radical Carlos Maestro, quien, graciosamente, delante de Menem se reconocía como menemista. Aceptó con obediencia el desguace del Estado nacional. Su sucesor José Luis Lizurume, también radical, aprovechó las ventajas del Estado postmenemista y trató de introducir la megaminería en Chubut. El resultado fue el famoso plebiscito de Esquel, en marzo de 2003. Meses más tarde, el mismo año, asumió como gobernador Mario Das Neves, un exmenemista que se autodefinía como un soldado de Néstor. Consiguió que la legislatura provincial apruebe de manera oscura la renovación anticipada de la concesión de explotación petrolera de Cerro Dragón a Pan American Energy. El mismo modelo se utilizaría con el mismo fin tiempo después en Santa Cruz.

El siguiente gobernador fue Martín Buzzi, un exmilitante de la Ucedé que había ingresado al justicialismo junto con Álvaro Alsogaray y compañía. En 2011, llegó a la gobernación de la mano de Das Neves, que ya no estaba alineado con el kirchnerismo, sino que intentaba una aventura electoral con el “peronismo federal”. Pero Buzzi, apenas asumió, le dio una palmada y se pasó enseguida a las filas kirchneristas. En 2014, avaló un fraude en la legislatura provincial con el fin de habilitar la megaminería. El hecho tuvo trascendencia nacional porque se fotografió al diputado justicialista Gustavo Muñiz recibiendo pedidos de un gerente de Yamana Gold en plena sesión. Gracias a ese escándalo, la ley aprobada quedó sin efecto.

Martín Buzzi, el mejor alumno de Das Neves.

Buzzi luego, en 2015, fue derrotado en las urnas por Das Neves, quien seguía enfrentado con el kirchnerismo y se declaraba como un fuerte opositor a la megaminería. Das Neves falleció dos años más tarde y completó el mandato su vicegobernador, Mariano Arcioni. Este, antes de asumir, había sido candidato a diputado nacional utilizando también un discurso ecologista. En junio de 2019, Arcioni ganó las elecciones provinciales y, siguiendo al exmenemista Sergio Massa, meses después se sumó al kirchnerismo, ocupando una posición periférica. Como se sabe, traicionando sus discursos de campaña, durante el 2020 intentó aprobar una ley que habilite la megaminería. La fuerza del pueblo en las calles lo impidió, pero la lucha continuará este año.

Llama la atención que la lucha contra la megaminería tenga más de 17 años de historia y que el movimiento socioambiental tenga raíces que se remontan a mediados de los ‘90, cuando el pueblo chubutense se pronunció en contra del basurero nuclear que Menem pretendía instalar en Gastre. Estas trayectorias, además de indicar una gran perseverancia y convicción en miles de ciudadanos, evidencian también una fuerte regularidad en el modelo de gobierno nacional y provincial.

Vale apuntar que, desde la implementación de la Ley Federal de Educación en la provincia, la situación de la escuela pública es preocupante. Además del maltrato salarial a los docentes (que hoy continúa), sigue vigente una línea política que desfinancia la educación y empobrece su calidad. La situación en el área de salud es similar. Es mucho lo que se podría decir acerca del deterioro sistemático y sostenido del Estado provincial.

Como vemos en este rápido repaso, las líneas políticas abiertas durante el gobierno de Menem promueven acciones que, con variantes, corren en el mismo sentido.

La vigencia del legado menemista

Entiendo que el enfoque desarrollado en estas líneas puede generar objeciones y algún enojo, sobre todo en quienes están convencidos de que los gobiernos posteriores (algunos de ellos, en todo caso), han revertido los nefastos efectos del menemismo.

Sin embargo, todavía está vigente el Estado desmembrado y débil que nos legó. Y no solo eso: además, nos dejó valores, ideas y actores políticos que se han cambiado de camiseta y ahora miran hacia atrás, con indignación.

Hasta aquí, utilizamos una noción restringida del menemismo, acotada a sus políticas de Estado. Pero el menemismo fue también un fenómeno más amplio, social y cultural. No se lo entendería acabadamente sin hacer referencia a la farandulización de la política, al entusiasmo por el consumo de productos importados (el famoso 1 a 1), al descrédito de lo político, al uso del aparato justicialista para avalar acciones en contra del país, a la pérdida de esperanza en la democracia formal como modo de gobierno transparente y honesto.

Desde entonces, la sociedad ha cambiado. Los políticos, no tanto.


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