Por Sebastián Sayago
Según el analista del discurso Marc Angenot, el logro de la hegemonía cultural requiere del logro de la hegemonía discursiva, es decir, de un amplio y heterogéneo conjunto de textos que materialice y reproduzca un núcleo de sentidos y valoraciones, con el fin de imponer una forma de ver el mundo. En el caso de Argentina, la derecha tiene la iniciativa en la disputa hegemónica: para ello, cuenta con los medios de comunicación dominantes, con estructuras políticas que revindican enfáticamente esas banderas y con un gobierno que, con menos entusiasmo, también las defiende.
Hay una matriz de sentido que unifica la variedad de esos discursos. Se la puede formular a partir de las equivalencias Democracia = Libertad = Justicia = Propiedad privada. El contenido ideológico de cada uno de esos elementos responde a los principios de la conjunción de neoliberalismo económico y conservadurismo cultural. La democracia es un sistema de representación formal y delegativo, la libertad es principalmente individual, la justicia es el respeto de normas en muchos aspectos socialmente injustas y la propiedad privada, un principio que iguala al pequeño propietario y a los grandes capitalistas.
Esta matriz de sentidos se reproduce a través de paráfrasis, es decir, de diferentes formulaciones de la misma idea. Muchas voces, de distinta manera, repiten el mismo credo. Así, también, se usan conceptos como República o Constitución para sustituir alguno de los elementos de esa cadena o para condensarlos. Defender la república, entonces, es defender esa concepción neoliberal y conservadora de nación y exigir el respeto de la constitución es exigir que se respeten los privilegios de los poderosos.
La defensa de la propiedad privada (de los capitalistas)
En esta disputa discursiva, el concepto de propiedad privada es bastante novedoso. Afirmando que la defensa de la propiedad privada es fundamental para que “Argentina no sea Venezuela”, la derecha lo puso en circulación cuando el gobierno amenazó con expropiar Vicentin. Logró que ese discurso tenga adhesión incluso en personas de clase obrera, quienes se manifiestan en ámbitos públicos y privados a favor los intereses de los grandes capitalistas y los grandes terratenientes (sin tener clara conciencia de ello). Así, terminan defendiendo un sistema que los oprime.
El fetiche de la propiedad privada permite distorsionar una recuperación de tierras, reduciéndola a una disputa entre “usurpadores” y “legítimos propietarios”. Es utilizado para justificar la represión en Guernica, el desalojo en el campo de los Etchevehere y la violencia contra los mapuches que reclaman parte de las tierras que les quitaron, entre otros muchos casos. Y también sirve para impedir que se discuta y se apruebe un impuesto permanente a las grandes fortunas. Simplifica la realidad e impide la critica.
Fetiches y sentido común
Comúnmente, los discursos políticos explotan fetiches, valores que parecen incuestionables y que sirven como fundamento para proponer diferentes acciones. Son intocables, dice Angenot. Permiten construir muros ideológicos que constriñen el pensamiento y las posibilidades de transformación social.
En el último año, la derecha avanzó en la consecución de la hegemonía discursiva. De un modo u otro, el gobierno nacional colaboró en este proceso.
Mientras tanto, muchas organizaciones sociales y políticas están dando una batalla en las calles y en el plano de los discursos para derrotar esa matriz de sentido, para instalar la idea de que una verdadera democracia debe garantizar el derecho de los trabajadores, de los desempleados, de las familias sin tierra y sin casas, de los pueblos originarios que reclaman la tierra que les ha sido arrebatada.
Desde diferentes lugares, debemos contribuir a esa lucha. Para construir una sociedad realmente justa, tenemos que derribar uno a uno los fetiches de la derecha, que impregnan el sentido común generalizado.
Y ese sentido común es funcional para la reproducción de un sistema que legitima la explotación.